1. Los cristianos anunciamos, y más que nunca en este tiempo pascual, la noticia de la resurrección y la vida que Jesucristo, el Buen Pastor, ha traído a la humanidad. Con ella ha restaurado nuestra imagen y semejanza, y nos ha dado “vida en abundancia” (Jn 10,10b). La cultura de la vida nace del corazón mismo de Dios y requiere de todos un compromiso permanente para que crezca el respeto por la integridad de toda persona. Por eso, hiere profundamente ver brotar las lágrimas en nuestro pueblo por los asesinatos cometidos una vez más en contra de mujeres -y de un bebé en el vientre materno-, de la manera vil y atroz en que han acontecido los hechos. Su grito de dolor sube hasta el cielo, tiene que estremecernos y reclama de nuestra parte, como creyentes, el abrazo, la denuncia de todo atentado contra el sagrado don de la vida, y el más firme compromiso para contribuir a superar esta situación junto con nuestro pueblo.
2. Una vez más, nos sentimos urgidos como pastores a ponernos en el lugar de toda persona agredida, fomentando diálogos personales y grupales a todos los niveles en nuestras comunidades, que nos lleven a escuchar y compartir desde el alma lo que llevamos por dentro y lo que viven y sienten los demás, incluyendo no sólo a las víctimas sino también a los familiares y vecinos de quienes resultan acusados de los crímenes, que con frecuencia también sufren angustiados el que esto haya ocurrido entre los suyos.
3. Queremos colaborar con nuestra gente en las búsquedas de soluciones desde las mismas familias, grupos, asociaciones e iglesias, procurando identificar las tendencias culturales que se han deteriorado, patrones que hemos asumido consciente o inconscientemente, y que llevan a ver falsamente a otras personas como si se tratara de propiedades personales. Con frecuencia se sustituye el valor sagrado de cada ser humano por intereses materiales, se abusa e ignora a las personas más indefensas, y se anida en la mente y en las relaciones la violencia y el atropello verbal, emocional o físico, especialmente contra las mujeres.
4. Nos comprometemos a orar y a seguir profundizando en esta situación con todo agente pastoral, toda persona que ejerza la catequesis, los servicios, la educación, el liderato de movimientos, los ministerios laicales y ordenados, los jóvenes, y especialmente la pastoral pre matrimonial y familiar. Convocaremos a profesionales que estén disponibles para el apoyo y la consejería, el acompañamiento y la escucha, para generar espacios de acogida y refugio, para respaldar las instituciones e iniciativas que sabemos proveen socorro a las personas agredidas o en peligro, o que educan para replantear el respeto a la integridad del ser humano. Algunos de estos servicios han brotado precisamente desde la Iglesia. El espacio de confidencialidad y ayuda incondicional y gratuita que caracteriza la pastoral de la Iglesia estará siempre disponible como un don especial en medio de las necesidades urgentes que estamos enfrentando.
5. Nos disponemos a un acompañamiento más directo a las mujeres y también a los varones, para reaprender el verdadero sentido del valor humano, de la mirada de Dios sobre el misterio de toda persona, de lo que se trata ser hombre y mujer en su significado más hermoso y generador de vida; ahondar en la paz que brota de la presencia del Espíritu Santo en el corazón y que garantiza el respeto y el amor verdadero e indestructible. San José, varón justo, esposo fiel y padre amoroso, cuyo año celebramos en la Iglesia Católica, puede servir siempre de modelo e inspiración, y más aún en esta coyuntura.
6. Invitamos a los medios de comunicación a que abran espacios de servicio público para mensajes que nos recuerden e inculquen constantemente el valor y el respeto a la vida y la integridad de las personas.
7. Exhortamos a los líderes del gobierno y expertos a que se le dé una mirada sistémica a toda esta situación, que incluye el análisis profundo de la frustración que sienten las personas frente al empobrecimiento y la falsa ilusión de felicidad de una sociedad desenfrenada en el consumismo. Identifiquemos los patrones machistas y sus causas; compartamos estrategias para la reconstrucción y sanación de la figura masculina; toquemos las heridas que se arrastran y que con frecuencia provienen de maltratos ocurridos en la infancia y que no reciben atención a tiempo; atendamos integralmente el fenómeno de la violencia social e institucionalizada; el alcoholismo y la adicción a drogas y su efecto en el hogar, así como la insensibilidad hacia la vida humana más indefensa, que se extiende, como se ha visto en uno de estos casos, al bebé en el vientre materno como víctima particularmente indefensa frente al abuso y la agresión.
8. Renovamos nuestra opción de estar al servicio de los más vulnerables, con un sentido de mayor humildad, procurando ser más asequibles y disponibles, más hermanos y servidores. Promoveremos con insistencia el testimonio de quienes viven plenamente la entrega y el amor fiel y respetuoso de la vida, para que más personas se motiven a imitarlos, crezca en ellas el deseo de vivir, y se abran a la maravilla que Dios les ofrece como Creador y Dador de vida. Mensaje de la CEP Ante las situaciones de violencia y muerte contra mujeres
Esto lo pedimos a Dios, especialmente a través de la Virgen María, mujer, madre, portadora y testigo de la vida plena, que nos urge a continuar anunciando que su Hijo es el “camino, la verdad y la vida” (Juan 14,6).
Rubén A. González Medina, CMF Obispo de la Diócesis de Ponce Presidente de la CEP +Roberto O. González Nieves, OFM Arzobispo Metropolitano de San Juan
+Eusebio Ramos Morales Obispo de la Diócesis de Caguas Vicepresidente de la CEP +Alberto Figueroa Morales Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de San Juan Secretario y Tesorero de la CEP
+Daniel Fernández Torres Obispo de la Diócesis de Arecibo +Ángel Luis Ríos Matos Obispo de la Diócesis de Mayagüez
+Luis F. Miranda Rivera, O.Carm. Obispo de la Diócesis de Fajardo-Humacao