Kisha Cedeño recuerda que tenía 12 años cuando se sintió avergonzada por primera vez por su falta de dominio del español. Cursaba el sexto grado en la escuela Juan Pablo Duarte en Washington Heights, Nueva York, y en el curso de español le asignaron escribir y pronunciar una palabra en esta lengua frente a sus compañeros de clase.
“Tengo que pensar en la palabra más fácil”, se dijo a sí misma llena de miedo.
Al colocarse frente a la pizarra, escribió “soupa” en lugar de “sopa”, la palabra que había elegido. Sus compañeros se rieron de su error y Cedeño, entre lágrimas y abochornada, corrió al baño para esconderse. Todavía hoy, a sus 48 años, la mujer de ascendencia puertorriqueña, nacida y criada en Nueva York, sigue siendo cuestionada sobre qué palabras puede o no decir en español, un recordatorio de las expectativas culturales que pesan sobre ella.
“Durante años, sentí el no dominar el español como una carga, como una mancha. Pero ahora, lucho contra eso. Abrazo la belleza de ser puertorriqueña y aprender español”, dice Cedeño, quien todavía reside en Washington Heights, un vecindario de Manhattan con amplia presencia de hispanos.
Si bien Estados Unidos tiene una de las poblaciones hispanohablantes más grandes del mundo, no todos los hispanos nacidos en el país pueden conversar en español, lo que provoca en personas como Cedeño una reflexión sobre su identidad y la búsqueda de maneras de preservar el legado de sus raíces boricuas.
En 2023, un estudio del Pew Research Center reveló que, aunque el 75% de los latinos habla español, apenas un tercio de los hispanos de tercera generación puede mantener una conversación fluida en el idioma. Según Jens Manuel Krogstad, editor de estudios de tendencias demográficas de esta organización, este panorama resalta los retos para preservar el español entre las nuevas generaciones de hijos de padres hispanos en Estados Unidos.
En el caso de los puertorriqueños en Nueva York, aunque el español sigue presente en los hogares boricuas, su uso ha disminuido con cada generación, lo que refleja un proceso de asimilación lingüística en un entorno predominantemente angloparlante.
El informe de 2010 The Latino Population in New York City encontró que el 24% de los latinos en la ciudad no hablaban o no hablaban bien inglés, mientras que el 76% lo hablaba bien o muy bien. Ese mismo reporte reflejó una disminución entre los hogares en los que se hablaba predominantemente español, lo que sugiere un cambio en el uso del español a lo largo de las generaciones. Aunque el estudio no desglosa datos específicamente para los puertorriqueños, sus hallazgos permiten observar tendencias generales sobre la dinámica lingüística en la comunidad hispana en la ciudad.
El lingüista y profesor de la Escuela Graduada de la City University of New York (CUNY), Ricardo Otheguy, es uno de los académicos que cuestiona la idea de que el dominio del español defina la identidad puertorriqueña en la diáspora. Para él, la lengua es sólo uno de los múltiples elementos que conforman la identidad.
“Es un error pensar que sin el idioma no hay identidad. El idioma es solo uno de los pilares, junto con la comida, la música, la comunidad y la política”, explica.
Otheguy también advierte sobre la idea de que no hablar español de manera “perfecta” es una falla. Explica que esta percepción ignora la realidad de los puertorriqueños en la diáspora, quienes crecen en un entorno bilingüe y adaptan el idioma a su contexto.
“No hay razón para que los puertorriqueños en Nueva York hablen español como los nativos de la Isla”, subraya, al tiempo que señala que la identidad boricua trasciende estas percepciones limitadas.
Por su parte, Krogstad explica que “el español es una parte importante de lo que significa ser hispano o latino para muchas personas. [Como parte del estudio] no solo preguntamos sobre el dominio del idioma, sino también sobre las experiencias diarias y cómo estas se entrelazan con la identidad. Aunque hemos encontrado que la mayoría de los latinos considera importante que las generaciones futuras hablen español, también observamos un declive gradual en su uso con cada generación”.
Aunque los términos “hispano” y “latino” suelen usarse como sinónimos, no significan lo mismo. “Hispano” se refiere generalmente a personas provenientes de países de América en los que se habla español, mientras que “latino” incluye también a personas originarias de países de Latinoamérica en los que se hablan idiomas como portugués, como es el caso de Brasil. Dicho de forma más simple, los hispanos son latinos, pero no todos los latinos son hispanos.
Entre los hispanos, el declive en el dominio del español ha dado lugar a términos como “No Sabo Kids”, una etiqueta que, aunque originalmente despectiva, ha sido resignificada por jóvenes de ascendencia hispana que no dominan completamente el español. La frase, nacida del error común al decir “no sabo” en lugar de “no sé”, se utiliza para cuestionar la autenticidad de quienes no hablan español con fluidez.
Sin embargo, plataformas como TikTok han dado espacio a estos jóvenes para rechazar el estigma y afirmar su identidad latina en sus propios términos desafiando la noción de que hablar un español “perfecto” es requisito para pertenecer a la comunidad hispana.
A juicio de Mike Mena, investigador mexicoamericano y profesor asistente en Brooklyn College, las jerarquías lingüísticas en Estados Unidos han posicionado históricamente al inglés como un símbolo de prestigio, éxito, educación y progreso económico, mientras que el español es relegado o percibido como un idioma “menor” o menos valioso. Este fenómeno, explica, responde a estructuras sociales y políticas más amplias que priorizan la asimilación al inglés como camino hacia un modelo cultural idealizado.
“La mayor parte de la educación lingüística gira en torno a la idea del inglés y español como dos idiomas encapsulados. La división existe, pero las personas son seres completos que no están divididos entre idiomas o identidades”, enfatiza el profesor.
Además, estas dinámicas están profundamente influenciadas por percepciones sociales y económicas que priorizan el inglés, según Mena.
“‘Este tipo de identidad tal vez tenga un futuro más brillante’, así que comenzamos a comportarnos como este estándar. No me sorprende cuando un padre internaliza la idea de que tal vez el inglés venga con un futuro más prometedor”, señala el académico.
El idioma en los hogares hispanos de Nueva York
Apoyado en datos del Censo de 2020, el Centro de Estudios Puertorriqueños (CENTRO) en Hunter College presentó un análisis que señala que el español sigue siendo predominante entre las familias hispanas del Bronx, donde casi la mitad de la población lo habla en casa, consolidándolo como el condado con mayor presencia del idioma. Queens y Manhattan le siguen en porcentaje de hispanohablantes, mientras que Brooklyn y Staten Island presentan proporciones menores, ya que en estos condados es más común encontrar residentes que hablan otros idiomas además del español.
Aunque el español sigue siendo un idioma importante para muchos, su transmisión varía entre generaciones en un entorno donde el inglés ocupa un lugar significativo. Si bien el análisis del CENTRO no cuantifica directamente cómo las familias enfrentan estos cambios, sus hallazgos permiten observar la convivencia del español con el inglés en las familias hispanas — incluidas las puertorriqueñas — especialmente según la generación y contexto social.
Cedeño comenzó a reaprender español a los 19 años, mientras se preparaba para la maternidad. Su tutora fue su abuela materna, Iluminada Galarza, una puertorriqueña que emigró de Yauco a Nueva York en la década de los 50, en medio de la gran migración que llevó a miles de boricuas a establecerse en la ciudad.
“Mis padres no hablaban mucho español. Yo hablaba muy poco y no lo entendía, pero cuando estaba embarazada de mi hijo, mi abuela me dijo: ‘Cuando entres a mi casa, es como sellar tu pasaporte. No hablarás inglés’. Eso se convirtió en un proceso en el que yo aprendía de ella”, recuerda Cedeño.
Esa experiencia con la abuela fortaleció su conexión con el idioma y le permitió reconectar con su herencia cultural y transmitir la identidad puertorriqueña a generaciones futuras.

Foto por Valeria Morales Soto | Centro de Periodismo Investigativo
De Puerto Rico a Nueva York: lengua y migración
En 1917, unos 15 años después de que el inglés se estableciera como idioma oficial en Puerto Rico como parte de la Ley Foraker, a los puertorriqueños se les impuso la ciudadanía estadounidense, lo que facilitó una ola migratoria hacia Nueva York, especialmente tras la Gran Depresión en 1929. Tal migración proveyó mano de obra para la industrialización de la ciudad y dio trabajo a quienes buscaban mejores condiciones de vida. Sin embargo, para muchos, no significó un ascenso social o económico, sino la continuidad de la precariedad en un entorno nuevo.
En este proceso de adaptación, el español y el inglés competían, y a veces se fusionaban en la comunicación diaria, dando paso a la identidad nuyorican. El término, que combina “New York” y “Puerto Rican”, se refiere a los puertorriqueños nacidos o criados en la ciudad, quienes, en lugares como El Barrio (East Harlem) y el Sur del Bronx, compartieron lazos culturales con la comunidad afroamericana por su herencia africana y caribeña.
Esta cercanía no solo definió su ubicación, sino que también influyó en la formación de su identidad. Para el profesor puertorriqueño Arnaldo Cruz Malavé, experto en literatura y cultura latina en Nueva York, el uso del español entre las generaciones de la diáspora no compite con el inglés; coexiste de manera inevitable, y muchas veces, con una carga afectiva.
“El español sigue siendo una presencia viva para los [puertorriqueños] de segunda generación porque define sus relaciones humanas, como el vínculo con sus abuelos o ciertas expresiones que no tienen equivalentes en inglés. Decir‘bendición’no es lo mismo en inglés. Tiene una fuerza afectiva y cultural que no se puede traducir”, subraya Cruz Malavé.
La migración de los puertorriqueños estableció patrones de asentamiento que aunque fueron evidentes, han evolucionado con el tiempo. Si bien la población boricua ha estado históricamente presente en los distritos de la ciudad, su proporción respecto a otros grupos latinos varía en cada uno de ellos. Según el Censo del 2020, los puertorriqueños representan el mayor porcentaje de la población hispana en Staten Island, seguido por el Bronx, Brooklyn, Manhattan y Queens. Estos datos, recogidos en el estudio del CENTRO, reflejan cómo, en años recientes, ha habido un crecimiento en áreas con menor diversidad hispana, donde los boricuas constituyen la mayoría dentro de la población latina.
Preservar raíces más allá de las palabras
El vínculo emocional con el idioma y la cultura se manifiesta en espacios comunitarios clave como el Centro Loisaida, un pilar en el Lower East Side de Manhattan, hogar histórico de una vibrante comunidad puertorriqueña. Este barrio, conocido por acoger a inmigrantes y comunidades trabajadoras, se convirtió en un epicentro cultural para la diáspora boricua.
El término “Loisaida”, una adaptación fonética en Spanglish de Lower East Side, es el nombre con el que los puertorriqueños en Nueva York han rebautizado este barrio, símbolo de su fortaleza cultural y social.
Promise Gladys Jiménez, asistente administrativa del Centro Loisaida, subraya cómo, por medio del arte y la resistencia comunitaria, ayudan a las nuevas generaciones a reconectar con sus raíces y a encontrar un sentido de pertenencia.
“Nuestros talleres y eventos, como La Cocina de Loisaida y el Festival Loisaida, no solo celebran nuestra cultura, sino que crean espacios en los que la juventud puede sentirse orgullosa de sus raíces a través del arte, la música y la comida”, explica Jiménez.
“Trabajar en Loisaida me hizo sentir más conectada con mi latinidad. Crecí sin conocer la bomba o la plena, pero aquí pude reconectar con mis raíces y compartir eso con otros jóvenes”, reconoce Jiménez.
De acuerdo a Beatriz Lado, profesora asociada de español en Lehman College y en la Escuela Graduada de CUNY, el redescubrimiento de la riqueza cultural y lingüística del español comienza en el hogar. Este proceso es colaborativo, explica, porque tiene un efecto multiplicador que transforma tanto al aprendiz como a su entorno familiar y comunitario.
“Vincular proyectos que involucren conversaciones con la familia no solo se convierte en un proceso en el que todos reaprendemos y nos reconectamos, sino que también permite que los estudiantes adquieran conocimiento y lo combinen con las historias de sus familias, creando una herramienta poderosa para educarse mutuamente”, asegura Lado.

Foto por Valeria Morales Soto | Centro de Periodismo Investigativo
Para jóvenes como Christopher Soto, hijo de Cedeño nacido y criado en Nueva York, la identidad boricua trasciende el dominio del español. Por ejemplo, esa identidad vive en el arraigo a las tradiciones familiares que su madre le ha transmitido, especialmente, durante las celebraciones navideñas.
“Ser puertorriqueño es abrazar mis raíces sin perder quién soy. Mantengo las tradiciones familiares en las festividades y la comida, y planifico pasarlas a mi futura familia de manera natural. Mi etnicidad es parte de lo que soy, pero no lo define todo; encuentro el balance entre mis raíces y mis intereses personales”, asegura Soto en inglés.
Aunque la identidad cultural puede ser compleja en la diáspora, Soto afirma que el idioma es un vínculo esencial para preservar la historia y las tradiciones puertorriqueñas para las futuras generaciones.
“Irónicamente, (aunque no domino el español) me gustaría que mis hijos al menos intentaran aprender español, o que mantengan mis tradiciones con ellos… Preservar nuestra historia y nuestro idioma es una gran parte de asegurarnos de que otros no puedan minimizar o socavar nuestra cultura”, indica.
Según Mena, la preservación de la identidad cultural en la diáspora requiere reimaginar las barreras del idioma como oportunidades para innovar en las conexiones familiares y comunitarias.
“Las familias no tienen que dominar completamente el español para sentirse conectadas con su herencia. Lo importante es cómo utilizan los recursos culturales y lingüísticos que ya poseen para mantenerse arraigados en sus tradiciones”, argumenta Mena.
El también lingüista resalta que, en muchos casos, los puertorriqueños e hispanos en la diáspora enfrentan presiones tanto internas como externas para encajar en estándares lingüísticos rígidos. Sin embargo, enfatiza que la clave no radica en medir la autenticidad cultural por medio del dominio del idioma, sino en cómo las personas y las familias encuentran formas únicas de transmitir valores, historias y costumbres.
“El lenguaje no es solo palabras, es un vehículo para las emociones, las conexiones y la creatividad cultural”, afirma.
El experto también plantea que la integración del español, incluso de manera parcial, en las actividades cotidianas de la familia, como la música, la comida o las celebraciones, puede ser una forma poderosa de mantener vivas las raíces culturales.
El translingüismo como alternativa lingüística
El translingüismo reconoce que las personas integran recursos lingüísticos de manera fluida y creativa. Se da tanto en el ámbito familiar como en la comunidad.
En el entorno educativo, Mena destaca que “la mayor parte del aprendizaje gira en torno a idiomas encapsulados: inglés y español. El translingüismo desafía eso”. Esta práctica fomenta un aprendizaje inclusivo y brinda a las instituciones educativas la oportunidad de reconocer la diversidad cultural y lingüística de sus comunidades.
Para Mena, en el contexto de la diáspora puertorriqueña en Nueva York el translingüismo ha sido importante “para preservar la herencia cultural sin limitar la creatividad ni la flexibilidad lingüística”.
El translingüismo describe cómo las personas integran distintos recursos lingüísticos en su comunicación diaria. No obstante, su implementación, en casos como el Spanglish, plantea retos significativos.
“El translingüismo enfrenta desafíos como el racismo, el clasismo y la falta de entendimiento en la política pública. Sin embargo, sigue siendo una herramienta poderosa para desafiar esas barreras. En familias como la de Christopher, se puede fortalecer la cultura y los lazos, aunque requiere recursos, voluntad y trabajo constante”, añade Mena.
En la comunidad se refuerza la identidad
Las organizaciones comunitarias han sido clave en la promoción de espacios donde la diversidad lingüística es valorada y reforzada por medio del arte, la educación y la participación social.
En el Bronx, el grupo The Point utiliza el arte como herramienta de afirmación puertorriqueña. Para Hatuey Ramos Fermín, director de Artes y Educación de la organización, el arte preserva la identidad boricua en el área de Hunts Point, al sur del Bronx, por medio de clases de bomba y fotografía, que permiten a jóvenes reconectar con sus raíces.
“El arte es vida. Es la manera en que definimos quiénes somos”, afirma Ramos Fermín.
Como parte de las iniciativas de The Point, el líder comunitario resalta el Fish Parade, un evento emblemático del Bronx que combina celebración cultural con la protesta comunitaria. “Queremos que la comunidad reclame el agua y el río como suyos”, explica Ramos Fermín, en referencia a la importancia de recuperar y preservar los recursos naturales del vecindario, como el río Bronx, que históricamente ha sido un foco de contaminación industrial.
En Brooklyn, la organización UPROSE impulsa el liderazgo intergeneracional y la justicia climática. Parte de su trabajo es enseñar a los jóvenes cómo identificar los matices de poder y las dinámicas sociales en espacios donde se toman decisiones importantes. Según su directora ejecutiva, Elizabeth Yeampierre, “no tratamos a los jóvenes como ‘el futuro’. Son líderes ahora. Les enseñamos historia, herramientas de organización y cómo leer una sala políticamente”.
Yeampierre enfatiza la importancia de la colaboración entre jóvenes de la diáspora y de Puerto Rico, especialmente tras desastres como el huracán María en 2017. “Hay un poder transformador en esta colaboración si respetamos las necesidades de cada lado”, sostiene.
Tras el huracán, Yeampierre ofreció una charla en la Universidad de Puerto Rico, donde halló en los estudiantes una apertura al diálogo. “La gente en la Isla sabe lo que necesita. No necesitan que les digamos cómo deben pensar o desarrollar su tierra”, subraya.

Foto Valeria Morales | Centro de Periodismo Investigativo
Educación bilingüe: avances y desafíos pendientes
Para el lingüista Ricardo Otheguy, la educación bilingüe en el sistema público de Nueva York representa un logro colectivo de la comunidad puertorriqueña. A diferencia de otras comunidades inmigrantes que dependieron de iniciativas privadas, como las escuelas hebreas que los domingos enseñaban historia judía, hebreo y aprendizaje de la parashá o pasaje bíblico hebreo, los puertorriqueños tomaron otra ruta. La necesidad de priorizar el trabajo y los ingresos dificultó el desarrollo de programas educativos privados similares.
Pero líderes como Antonia Pantoja y Pedro Pedraza desempeñaron un papel fundamental en la lucha por establecer programas bilingües accesibles para la población puertorriqueña. Por medio de ASPIRA y el Centro de Estudios Puertorriqueños, respectivamente, impulsaron la educación bilingüe como un pilar de equidad educativa y cultural. Sus esfuerzos no solo ayudaron a preservar el idioma; también fortalecieron los vínculos intergeneracionales y culturales dentro de la diáspora en la ciudad.
Sin embargo, a pesar de los avances históricos en la implementación de la educación bilingüe en Nueva York, persisten desafíos significativos, como la falta de suficientes programas de enseñanza en dos idiomas en el sistema público y la escasez de maestros capacitados para impartirlos, según la New York State Association for Bilingual Education (NYSABE), organización defensora de los estudiantes del sistema escolar público de la ciudad.
Este esfuerzo por preservar el idioma cobra aún más relevancia en el contexto actual, tras la orden ejecutiva firmada por el presidente Donald Trump que designa el inglés como idioma oficial de Estados Unidos, lo que plantea nuevos retos para la preservación de lenguas como el español dentro de las comunidades migrantes.
Según el informe Demographics At-a-Glance del Departamento de Educación de la ciudad de Nueva York (DOE), durante el año escolar 2023-2024, 148,500 estudiantes recibieron lecciones de inglés como segundo idioma. Sin embargo, menos del 20% está inscrito en programas bilingües, ya sea de educación transicional o de doble inmersión.
Otheguy advierte que la oferta actual de educación bilingüe sigue siendo insuficiente, ya que no cubre la demanda y enfrenta limitaciones estructurales que dificultan su expansión.
Asegura que el idioma también actúa como un indicador de discriminación, por lo que son necesarios enfoques inclusivos que celebren la diversidad cultural y lingüística en lugar de marginarla.
Hablar el idioma, fortalecer la identidad
A pesar de los años de vergüenzas y tensiones alrededor de su manejo del español, Cedeño ha encontrado en el idioma un puente hacia su herencia y una fuente de orgullo personal.
“Es mi amor, mi latido. A veces, pienso y sueño en español, y eso me hace sentir que estoy reconectando con algo más grande que yo misma”, comparte Cedeño con emoción.

Foto por Valeria Morales Soto | Centro de Periodismo Investigativo
Al escuchar el más reciente álbum de Bad Bunny, DeBÍ TiRAR MáS FOToS, que se ha convertido en tema de conversación global sobre lo que significa ser puertorriqueño dentro y fuera de la Isla, Cedeño se sintió identificada. El álbum abre con la canción NUEVAYoL, un homenaje a la diáspora nuyorican.
“Lloré, bailé y me sentí orgullosa de entender parte de las letras”, relata Cedeño, quien describe la experiencia como una reconexión con sus raíces a través de la música. “[Escuchar el disco] me afirmó que entiendo mejor mi idioma. Me hizo tan feliz comprenderlo y navegarlo con tanta facilidad”.